miércoles, 5 de febrero de 2014

Tierra

 
 
Muchacha, montaña mía, ahora que el viento es el camino,
donde el polvo de la casa que sostiene mis huesos se entrega a
su paso, y cualquier voz es agua para mis ojos, ignoro el real motivo de estas palabras:
 
Ya ves, te lo dije un día y lo repito en su noche: no soy más
que un árbol en el bosque de la intemperie. De tanto esperarte
he terminado por ser uno más de ellos, quienes han sido los
únicos que han recibido mi cansada paciencia entre su aire.
 
Mírame muchacha, ya el gesto de mi abrazo ha hecho
ramas de mis manos. Tengo cubierto el cuerpo de parásitas y
llevo sobre mi espalda los cabellos crecidos de insectos y con aroma de orín. Mientras te hablo llegan  a mí los pájaros que
han construido su nido en mi voz con las pajas secas de mis venas.
 
Si me ves así, no te asustes; las marcas talladas en mi
vientre son un viejo juego de la infancia: he visto cómo un
niño ciego escribe el nombre de su padre en mi piel y luego
lo apuñala hasta el cansancio. Ya sabes, tengo tallado su
rostro que cicatriza  sobre el mío.
 
Muchacha, cuánto más habré de esperar, sepultado por las
hojas que a mis pies se descomponen,  para reconciliar mis
cenizas. Si vienes, qué feliz me harías; daríamos una caminata -juntos y solos-desafiando a la fauna del cielo. Aunque
mis pasos enterrados en la hierba no se muevan, y
contradigan mi deseo, conozco el mundo desde abajo, porque adentro corre un río puro de aguas que se odian. Ya ves, 
crezco boca abajo y muero boca arriba. Con mis ramas me
abrazo al camino.
 
Muchacha, montaña mía, soy un árbol perdido en el
bosque de la intemperie. Ven para que ahuyentes al perro de lenguaje que desentierra mis huesos. Aleja sus fauces de mi
vientre, de mi garganta su verde lengua, echa puñados de
tierra para que se apaguen de mí sus ojos.
 
No temas si al llamar no respondo, si nadie te asiste bajo la llameante ceguera del sueño: es la escritura; el extravío en lo hallado.
Muchacha, cuerpo mío, donde ascendía en la noche a
contemplar la consumación del cielo en el temor de sus criaturas.
 
Muchacha, montaña mía, ven porque atrás quedaron las palabras.
 
Felipe García Quintero
*Fotografía tomada de internet.