viernes, 20 de marzo de 2015

Lluvia de verano

 
 
a Oscar Conde


Nubes de caliza
devoran el llamado imperativo de mi infancia.

Me apoyo en la ventana:
pasa el viento con su urgencia,
la tierra danza en el patio
y la tarde se cubre con óleo de estaño.

Llueve. Pienso en ella.
En el beso que me dio antes de mudarse,
sus caprichos de princesa de barrio
y en el canto de su voz cuando me nombra.

¡La vida es una farsa!

Una pelota que no pica.
Un trago de agua podrida.
Un caramelo de sal.

Ahora
todo se detiene en el patio de la casa.

Arde el nuevo sol
y las gotas se suicidan
como el salto obligado
de un clavadista a destiempo.

Darío Falconi
Fotografía tomada de internet.



miércoles, 4 de marzo de 2015

Poema de la profunda despedida



Por última vez
toma el íntimo fuego de mis manos
y el brillo de mis ojos en tu cuerpo.
No olvides la manera que teníamos
de andar entre los seres
y de mirar el agua y las palomas.
No olvides el color de los almendros
ni el ojo de las bestias
ni el brocal de los pozos conocidos.
Por última vez
toma esta torre y esta tarde amada
que se irán con tu sangre para siempre.
Toma el sabor maduro de los frutos
y el color de mi piel y de mi traje.
Por última vez
contempla la estatura de mi cuerpo,
la forma de mis labios
y el beso de mi voz en tus cabellos.
Por última vez
bebe el sonido transparente y vago
del cielo entre los árboles inmensos.
Y recuerda la lluvia y los caminos
cuando éramos los dos una mirada
repetida en la niebla por el viento.
No olvides las palabras detenidas
como pájaros ciegos y vencidos
ni el latido profundo de mis venas
al dejar nuestras huellas en la arena.
Recuerda la frescura de los cántaros
a la hora del azahar y de los besos.
No olvides las estrellas
miradas por los dos bajo la bruma.
Ni olvides mi manera
de ser feliz ante los hechos simples:
tirar piedrecillas en el agua
de cantar en la yerba
o de mirar el vuelo de las nubes
en el húmedo cielo de tus ojos.
Ahora sabrás esta costumbre mía
de regalarte cosas fugitivas:
el aroma de un huerto, la mañana
durmiendo sobre un lirio estremecido,
una palabra vaga
o una espiga sin savia ni sentido.
Por última vez
toma el dolor de este silencio mío,
toma la olaridad de mi agonía;
mira el muro de yedra envejecida,
el patio solitario
y esta breve colina donde flota
el herido temblor de mi pañuelo.
Escucha siempre este secreto llanto
que resbala sin rumbo por mis huesos.
Toma mi soledad y mi dulzura
y viaja con mi nombre hasta la muerte.

Héctor Rojas Herazo
Fotografía tomada de internet.