martes, 29 de julio de 2014

El mundo se rehízo






Aquel pueblo parecía haber sido abandonado por dios y por todo, hacía varios
años no llovía. La sequía había convertido a los ríos en largos caminos pedregosos, hechos de polvo en los que la única presencia era la de la soledad que deambulaba dolorosamente.
 
Cientos de reses, ovejas y gallinas habían muerto, es más, solo quedaban dos vacas en el pueblo. Sus poblaciones después de largas jornadas decidieron que abandonarían el pueblo; el pequeño Argiro se negaba a tener que dejar sus raíces.
 
Argiro jamás entendió por qué esa noche soñó con el anciano más sabio del pueblo. Pensó que era por su inmenso deseo de que las cosas, en ese pequeño mundo, volvieran a ser como antes. En el sueño el anciano le dijo que subiera a la montaña más alta y buscara al fabricante de la lluvia, el gran espíritu del agua, que él sólo escucharía a un niño de corazón puro que tuviera el deseo genuino de que esa tierra volviera a ser como antes.
 
Al día siguiente, con los primeros rayos de la aurora, el niño sin despedirse de sus padres, salió hacia la montaña indicada por el anciano. Llegó al pico más alto, cuando el sol proyectaba sus últimas luces. Cansado se quedó dormido, cerca al filo de la montaña. El viento parecía arrullarlo y cantarle una canción para que durmiera profundamente sin que se preocupara. Una voz le dijo, entre sus sueños, que su deseo se cumpliría, dormido él sonrió.
 
Antes de que despuntaran los primeros rayos empezó a caer una lluvia que al golpear el agrietado suelo producía un canto de sirenas que jamás se había escuchado sobre la tierra. Llovió durante días y días hasta que los ríos dejaron de ser caminos secos, los prados crecieron y las vacas que estaban por desaparecer se multiplicaron y parecieron brotar de la tierra como por arte de magia.
 
 
Carolina Cárdenas.
 
*Imagen tomada de internet.

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